Festejar o «ir más allá»

Se puede disfrutar la vida de todos los días, ir a fiestas, encontrarse con libros, películas y otras formas de arte, entre ellas las buenas comidas y bebidas en buena compañía.

Se puede festejar y reír, y corresponde felicitar al que festeja en vez de quejarse porque la vida no es como él quisiera, o de quejarse porque es lo único de que es capaz.

Vivir alegremente es un estado superior al de vivir lamentando. No cabe duda.

Sin embargo, no conviene quedarse con el veredicto de que se trata de la cúspide del vivir bien, de que en ese punto se alcanzó lo máximo de lo que es capaz el hombre.

La vida no se limita al estado de alegría obligatoria. Hay quienes viven en permanente queja y disgusto porque no son capaces de ir más allá, y hay quienes no se ven alegres precisamenteporque son capaces de ir más allá.

Y no se parecen en nada a los quejumbrosos. Hay quienes se alegran ante todo lo bueno con que se encuentran, pero además de esa satisfacción con lo cotidiano se empeñan en alcanzar algo más: la satisfacción con lo extraordinario.

Lo extraordinario es eso que no pasa todos los días, lo que está más allá de las satisfacciones acostumbradas, pero es lo más digno de perseguir cuando se es humano.

A veces no nos conformamos con los bienes cotidianos: queremos intervenir para cambiar el mundo, o queremos hacer arte, o poner en ignición todas nuestras capacidades y triunfar, en el sentido que cada uno le dé al término.

Cuando nos aventuramos por esos caminos hacia el algo más nos encontramos con que es difícil, con que no todo sale bien, con que la realidad es rebelde y no nos obedece.

Aventurarse hacia el algo más es meterse a sufrir cuando podríamos no estar sufriendo, podríamos continuar con la alegría de quienes no se hacen problemas.

Sin embargo, detrás de todos los choques y los disgustos algo nos dice que meternos en esos problemas fue una buena elección porque tiene sentido.

Victor Frankl, autor de El hombre en busca de sentido, presenta un clarísimo ejemplo: cuidar a un bebé lleva a escuchar llantos que no nos dejan dormir, a manipular pañales sucios y a una serie de momentos desagradables, pero resulta que todos o casi todos decimos que tener hijos es maravilloso.

¿Por qué nos parece maravilloso? Porque tiene sentido.

El sentido es lo que nos impulsa a meternos en problemas cuando podríamos estar en fiestas o en horas de descanso.

Como hay quienes no tienen hijos porque es menos complicación, o por la misma razón se abstienen de los negocios, de la política, del arte o del seguir una carrera, hay quienes se meten en esos caminos y no ríen en las fiestas, sufren más que los demás, se hacen problemas y se desesperan en vez de descansar; pero pase lo que pase saben que eso es su vida y jamás elegirían otra cosa.

Podemos aferrarnos a lo que ya sucede, y festejar el solo hecho de estar vivos, o podemos aferrarnos a lo que todavía no sucedió, y solo puede suceder si lo determinamos nosotros. En un caso tendremos satisfacción; en el otro tendremos choques, decepciones e incertidumbres; tendremos el no saber si lo conseguiremos.

Pero ¿aceptaremos vivir sin proponernos ni intentar nada?

En medio de todos los problemas, y de la paradoja de haber elegido lo más difícil y dramático en vez de lo más agradable, subyace la satisfacción menos visible y más poderosa: haber decidido lanzarse hacia lo más importante que se alcanza a concebir.

Bienvenidos a la realidad los que se atreven a esa elección. El mundo es un poco mejor gracias a ellos.

Publicado por albzamunergmailcom

Escribo sobre qué pasa en las personas y en las sociedades.

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