Ver a corto o a largo plazo

Para todo hace falta tiempo; y en especial para la vida económica.

Nuestros antepasados empezaron alguna vez a sembrar, y poco a poco se enteraron de que no era lo mismo sembrar en un momento que en otro. A fuerza de observar el sol y el clima descubrieron que existía un ciclo al que llamaron “año”.

Antes les bastaba con pensar en el día en curso, en el que salían a encontrar frutos en los árboles. Después necesitaron concebir períodos más largos, porque de eso dependía su vida.

Cuando la necesidad nos obliga, somos capaces de alojar en nuestra mente un período más largo, y distribuir sobre él cada actividad que necesitemos encarar.

La necesidad de alimento nos exige satisfacción ahora mismo. Cuando esa satisfacción es inmediatamente posible, comemos y queda todo resuelto. Cuando esa satisfacción no es posible ahora mismo, nos vemos obligados a planificar, a prever qué podemos hacer de aquí en adelante.

Como además de comida queremos otras cosas, y como vivimos en una civilización que las ha inventado y las pone a disposición de quien las pague, el deseo nos impulsa a lanzarnos sobre ellas.

Pero resulta que la civilización funciona en base a normas: debemos producir cosas o servicios que los demás nos paguen, y por ese medio adquirir todo lo deseable que produjeron otros.

Y ahí sufrimos ante la primera evidencia: la totalidad de lo deseable vale mucho. Solo podemos comprar una parte.

Y después de esa evidencia nos encontramos con otra: nuestra capacidad de comprar depende de cuánto produzcamos, y cuánto produzcamos depende de cuánto seamos capaces de pensar en el después.

Si nos acostumbramos a no querer pensar más allá, porque cobramos por ir a un lugar donde alguien nos dice qué hacer, no ganaremos mucho; porque ganar mucho depende de haber invertido tiempo en volvernos más capaces.

Nos volvemos capaces yendo durante un tiempo a estudiar, y así adquirimos una capacidad para el futuro. O podemos adquirirla con la práctica, aprendiendo a hacer más o mejores actividades.

Además de tiempo se puede invertir dinero. Y resulta que para reunir dinero hace falta tiempo, siempre y cuando se sea capaz de concebir la posibilidad de beneficiarse, y se sea capaz de no dejarse llevar por las ganas de gastarlo inmediatamente.

En síntesis: podemos beneficiarnos más en la medida en que somos capaces de pensar a largo plazo. Viviremos mejor si nos preguntamos qué efecto tendrá mañana cada cosa que hacemos hoy.

Pensar a largo plazo requiere intención, requiere dedicación. Y a primera vista nos parece más fácil no hacerlo.

Pero esto es precisamente un efecto de pensar a corto plazo; porque con esa actitud nunca podremos prever las consecuencias.

Cuando las consecuencias caen sobre nosotros, y se convierten en nuestro presente, ya no tenemos más remedio que padecerlas.

Si nunca nos dedicamos a concebir ni a preparar el largo plazo ganaremos poco; y ni siquiera seremos capaces de cuidar ese poco que tenemos.

Sabemos que ir más allá del corto plazo es difícil. Si queremos algo lo queremos ahora, o dentro de un rato, o esta misma noche. Si la perspectiva es tenerlo después se nos van las ganas y no nos movemos.

Si queremos algo y hay que pagarlo ahora, tal vez lo desechemos. Pero si es posible pagar a crédito no renunciamos a nada; y si esto nos va a ahogar en deudas más adelante no nos importa; porque más adelante no es ahora.

Si todas las satisfacciones las queremos ahora y todos los esfuerzos los dejamos para después, estaremos cargando nuestro futuro de padecimientos; pero lo más habitual es que eso no nos preocupe porque el futuro no es ahora.

Si somos capaces de parar a pensarlo, caeremos en cuenta de cuánta gente, y entre ellas tal vez nosotros, se está condenando a vivir cada vez peor.

Así y todo, ese hábito se mantiene.

Como la actitud de vivir a corto plazo es posible en la vida personal, también es posible en el conjunto de la sociedad. Los que piensan a corto plazo pueden, entre otras cosas, querer gobernar, y predican ante los demás la fantasía de disfrutar ahora sin pensar en el después.

En un mundo donde hay demasiadas mentes de corto plazo, es habitual que estas propuestas ganen las elecciones.

Entonces el pensamiento a corto plazo se sienta en el trono, y disfruta de ser amado porque engolosina a la gente con dinero que se pidió prestado y un día habrá que devolver, o se imprime y en poco tiempo valdrá menos, o se le extrae a los que realmente producen, sin prever que estos se irán a invertir a otra parte apenas puedan.

Una sociedad con demasiadas mentes de corto plazo será una sociedad que funcione a corto plazo, y en el largo plazo empeorará cada vez más.

Y si alguien ve más allá y es capaz de vivir bien, tal vez no lo consiga porque vive en un país que funciona mal.

Así, el pensamiento de corto plazo se multiplica y contamina las sociedades. Su efecto es cada vez más infelicidad, cada vez más gente preguntándose qué habría que hacer para vivir de otra manera, pero no atreviéndose a hacerlo porque requiere un esfuerzo al que nunca estuvo acostumbrada.

La salida, cuando la hay, solo puede sustentarse en el esfuerzo, que si no se hace por disposición voluntaria se hará bajo la nada deseable exigencia de los desastres.

Conviene hacer todo lo posible por no meterse en ese camino.

Publicado por albzamunergmailcom

Escribo sobre qué pasa en las personas y en las sociedades.

Deja un comentario

Diseña un sitio como este con WordPress.com
Comenzar