Qué hace la gente con el dinero

Existe una queja demasiado escuchada y demasiado poco reflexionada: alguna gente tiene mucho más dinero que otra.

Quienes profieren esa queja, que precisamente por eso es una queja, presentan esto como un hecho lamentable, o una muestra de que algo anda muy mal en el mundo.

Sobra decir que si alguien tiene dinero porque lo robó, en vez de quejarse del mundo hay que exigir que actúe la ley. Y si estamos en una sociedad que anda muy mal porque no actúa la ley, la única respuesta digna es hacer fuerza para que la ley funcione.

Pero esas quejas suelen referirse a dinero ganado dentro de la ley.

Leemos cuánto tienen los empresarios más nombrados, e inmediatamente alguien dice “no debería ser así”.

Si en vez de lamentar que alguien tenga más que nosotros queremos entender por qué es así, enterémonos de cómo se obtiene dinero.

Es obvio que si alguien no robó el dinero lo tiene porque los demás se lo dieron. La gran pregunta es ¿por qué se lo dieron?

La respuesta es de lo más simple: se lo dieron a cambio de algo que él vende.

Empecemos por observar qué hacemos nosotros: damos dinero a otros cuando nos dan algo que deseamos tener.

Lo hacemos porque es lo que queremos. Y no aceptamos que se nos impida hacer lo que queremos.

La consecuencia de que todo el mundo haga lo que quiere, como comprar lo que se le da la gana comprar, es que reciba más dinero quien ofrece lo que más le interesa a la gente.

Para ofrecer lo más valorado por la gente, ya sean artefactos, ropa, comida o arte, hace falta esforzarse por hacerlo bien.

Para quien solo puede ofrecer horas de trabajo rige el mismo principio; cada hora de trabajo vale más si es producto del esfuerzo por saber más, o simplemente por hacer las cosas bien.

El valor de las cosas está determinado por cuánto le importan a la gente.

Si mucha más gente paga por ver fútbol que por un libro, un medicamento, un curso de aprendizaje o una camisa, el dinero irá a quienes juegan mejor al fútbol.

Los amantes del fútbol dicen que sus ídolos se merecen lo que ganan; pero les parece injusto que ganen mucho los empresarios.

Pensemos lo que pensemos sobre quién lo merece más, lo cierto es que dónde va el dinero depende de qué elige cada uno. Si no queremos que nos cuestionen nuestra libertad de elegir no debemos cuestionársela al resto de la gente.

La repetida idea de que mucho dinero en manos de pocos representa poco beneficio para el mundo nace de no haber observado la realidad. Quienes no la observan suponen que esos muy ricos tienen todo su dinero en forma de billetes escondidos, y al hacerlo privan de él al resto de la gente.

Cuando hay interés por entender la realidad surge en seguida la pregunta: ¿Qué hace la gente con el dinero?

Si buscamos una respuesta que englobe a toda la gente, no veremos diferencia entre los muy ricos y nosotros: lo que hace la gente con el dinero es consumir o invertir.

Si se piensa que también es posible tenerlo guardado, esta opción coincide esencialmente con la de invertir; porque ya que no se lo gasta conviene que mientras tanto produzca alguna ganancia.

Si alguien lo tiene escondido en sitios en que permanece inactivo y no le produce ganancia, no es porque sea lo mejor, sino porque vive en un país demasiado inseguro para las inversiones.

En tal caso habría que esforzarse para que ese país funcione mejor.

Si el que tiene dinero, poco, mucho o muchísimo, lo usa para consumir, los demás tienen la oportunidad de venderle algo que le guste. En consecuencia, no es cierto que haya poco beneficio para el mundo; porque el que consume beneficia a todos los que le venden algo.

Si los muy ricos usan el dinero para invertir, sucede lo que ya está sucediendo: esa riqueza no consiste en billetes guardados e improductivos, sino en empresas que están funcionando y haciendo ganar dinero a empleados y proveedores, además de suministrar a la gente lo que tiene ganas de comprar.

Cuando el dinero está invertido, tampoco se da el caso de que haya poco beneficio para el mundo.

La existencia de riqueza, no importa en qué manos esté ni en qué proporción, genera la posibilidad de que unos intercambien bienes, servicios o trabajo con otros. Y en la medida en que el total de la riqueza es mayor, es mayor la posibilidad de que todos se beneficien.

Respecto a la también reiterada queja sobre los que se llevan las ganancias a otro país, no cabe duda de que lo hacen porque en ese otro país hay mejores condiciones para invertir.

En vez de quejarse habría que modificar condiciones para que el propio país incite a invertir, consumir y residir en él.

Si hay condiciones que desalientan la inversión, se va el dinero; y sus mismos dueños se van a vivir (y consumir) a otra parte. En otras palabras, la riqueza disminuye para todos.

Si hay condiciones que alientan la inversión y las ganas de vivir en determinado país, crece la economía y crece el bienestar a que accede cada uno.

Hay algo más que hace la gente con el dinero, aunque no es una elección muy libre: pagar impuestos.

Hasta cierto punto esto es un modo de consumir. Se paga por consumir los servicios que prestan los poderes públicos.

Más allá de ese cierto punto, los impuestos pueden hacer más mal que bien.

Los muy ricos pueden no necesitar los servicios públicos de salud y educación, y no se hacen mucho problema por ese detalle. Pero cuando los poderes públicos deciden ir más allá, y cobrar impuestos para redistribuir lo que cada uno gana porque los demás le compran lo que vende, se empieza a desalentar la disposición a crear riqueza.

Si a unos se les quita una proporción demasiado alta de lo que produjeron, tendrán menos ganas de producir. Si a otros se los “ayuda” con dinero que no ganaron trabajando, terminarán coincidiendo con quienes habitan el otro extremo: también tendrán menos ganas de producir.

Menos ganas de producir en cada vez más gente tiene como efecto que se produzca menos riqueza. Y la tan lamentada y temida pobreza consiste precisamente en eso: menos riqueza.

De modo que los tan abundantes intentos de corregir las diferencias de riqueza desembocan la más de las veces en una reducción de la riqueza existente; y esto no es ni puede ser un beneficio para los que menos tienen: es sencillamente determinar que tengan todavía menos.

Muchos problemas que vemos en el mundo se deben al empeño impulsivo y poco reflexionado de pretender mejorarlo sin haberlo observado lo suficiente.

Si cuando se tiene menos de lo que se quiere no se piensa en volverse más capaz, sino en que los otros repartan lo que tienen, se termina eligiendo gobiernos que debilitan las sociedades.

Los intentos de igualar a la gente terminan igualándonos en un solo aspecto: todos pasamos a ganar menos.

Todo eso que nos parece que debería ser mejor es alcanzable por una serie de reglas muy simples: respetar a la gente en su decisión de qué hacer con el dinero, no poner en peligro a nadie con desórdenes ni interferencias, alentar la disposición a invertir, a pensar y a trabajar.

Ya existen en nuestra naturaleza las fuerzas capaces de enriquecer nuestra vida particular y la sociedad como conjunto.

Basta con prestarles atención y respetarlas.

Publicado por albzamunergmailcom

Escribo sobre qué pasa en las personas y en las sociedades.

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