¿Saber de economía o saber vivir? (Capítulo del libro «La democracia no falló»)

Damos por entendido que para votar opciones no perjudiciales el votante debe saber de economía.

Y suponemos que para saber de economía hay que sentarse ante los que saben y escuchar determinadas nociones.

Si ese fuera el único requisito, todos los asistentes a un aula, o a una charla ocasional, se volverían conocedores del tema.

Pero resulta que de esos que están en el aula, que a su vez son pocos en relación a los que no quieren estar, no todos terminan aprendiendo lo expuesto.

Aprender es algo que solo ocurre cuando se posee una disposición interior, cuando se siente en lo más íntimo que es necesario, cuando se le da importancia y a la vez se lo disfruta, cuando se tiene ganas.

Aprende el que se admira ante el mundo; aprende el que se pone a construir su propia vida en vez de esperar.

Aprende el que siente todo esto. El que no, se sienta en un aula mientras piensa en otra cosa, o anota lo escuchado para aprobar exámenes y mendigar éxito sin pagar el precio.

Aprender es una posibilidad que solo puede nacer de una actitud sana ante la vida; y lo es hasta tal punto que cuando miramos el tema que nos ocupa, saber de economía, nos damos cuenta de que el que posee una actitud sana, el que lleva en sí la cultura de la actitud, ni siquiera necesitará asistir a un aula en la que se enseñe economía.

Alguien con actitud sana se embeberá de los principios de la economía en la misma tarea de ganarse y mantener la vida.

Tal vez la diferencia más radical entre cultura e incultura consista en eso tan simple que llamamos vivir sanamente.

El que vive sanamente, porque lo aprendió de su familia o por váyase a saber qué, escucha que cuando sea adulto tendrá que trabajar y en vez de disgustarse se entusiasma; porque presiente que será el camino hacia hacerse fuerte, hacia ser dueño de todo eso que en su infancia ve en manos de los demás.

La actitud sana nos lleva a sentir desde un principio que trabajar consiste en hacer algo bien hecho e intercambiarlo por lo que hacen otros, y que respetar a los otros es lo más natural del mundo.

Cuando no se posee actitud sana se siente que trabajar es un mal, necesario pero al fin y al cabo un mal, y consiste en relacionarse con personas que deben cumplir determinadas obligaciones para con uno. Entonces no se cree necesario saber hacer bien alguna cosa, sino saber cuáles son las obligaciones de los demás para con uno, y saber disputar con ellos para que las cumplan.

Estas dos actitudes, y la fuerza con que se haya extendido cada una, empiezan a echar las bases de cómo funcionará la economía de un país. 

Los que votan lo inconveniente, porque a su vez piensan lo inconveniente, son precisamente los que viven de manera inconveniente.

Cuando alguien cree que los demás están obligados a darle lo que quiere, tarde o temprano los odiará; porque no le dan nada y porque tienen más que él. Cuando piense en la sociedad y acuda a votar, lo hará en favor de quienes sientan como él, de quienes intenten forzar a los que tienen a dar lo que no quisieron dar. Y si en última instancia no ve plasmado el supremo ideal de repartir, buscará el consuelo de ver sufrir a los que tienen.

Cuando no hay actitud sana, se cree que solo será un buen gobierno el que haga sufrir a los que tienen, que cumpla con la obligación de darnos lo que esperamos, y que la cumpla ahora mismo. No importa si por repartir dinero ahora el país se arruina el año que viene; solo importa lo que pasa hoy.

No hay que interesarse por construir el futuro; pensar en cualquier cosa que no sea el ahora significa un sufrimiento intolerable.

A estas actitudes se suma la de que, al ver que hay diferencias entre las personas, se concluya invariablemente en que los que no son como yo son malos.

Son malos los que tienen mucho, y seguramente lo consiguieron quitándoselo a los demás (cuando no hay actitud sana no se concibe que sea posible generar riqueza; solo se cree posible que unos se la quiten a otros), y es malo cualquiera que no se me parezca.

De ahí que una derivación natural sea un especial odio a los extranjeros. Si son malos todos los dueños de empresas, son peores aún si son extranjeros. Incluso es malo el extranjero que ocupa el puesto de trabajo que uno desearía.

Cuando los que carecen de aspiración sana quieren llegar a ser gobierno, apelan a estas diferentes formas de odio para cosechar votos.

Este desprecio predeterminado a los distintos se convierte en el mayor obstáculo para lo que podría significar el acceso a una vida mejor: el aprendizaje. Si lo bueno es ser como yo, no hay por qué pensar que convenga adquirir cultura. Al contrario, los cultos son parte de esos que merecen ser despreciados por no parecerse a mí.

De este grupo de ideas básicas derivan muchas otras de la misma tónica, y todas terminan conformando ese conjunto que lleva a un individuo a las actitudes menos convenientes para su vida y la de la sociedad.

Una de esas ideas derivadas es la de que preocuparse por la sociedad es lo contrario a lo que nos conviene. Se cree que hacer algo por la sociedad equivale a sacrificarse, y convertirse en uno de los sonsos que salen perdiendo.

Un mediano conocimiento de la realidad muestra todo lo contrario: una actitud constructiva lleva a adquirir capacidades que serán bien pagadas, y a votar por opciones que hacen una sociedad más sana, donde a su vez hay más gente con más poder adquisitivo para comprar lo que hacemos, y hay quienes, al crear empresas porque saben que van a ganar, generan más demanda de empleo, precisamente lo más conveniente para nuestra vida particular.

Cuando vemos que demasiada gente vota por opciones que terminan perjudicando al país y a cada uno de sus habitantes, nos damos cuenta de que en el fondo de lo que se piensa al votar subyace una actitud ante la vida.

Creer que lo más necesario es saber de economía, o lo que comúnmente llamamos adquirir cultura, es ver solamente la superficie del problema. Lo que verdaderamente ejerce su fuerza desde el corazón de esos fenómenos es la cultura de la actitud.

Una cultura de la actitud constructiva, con vocación por el desarrollo de las propias capacidades, no está de ninguna manera relacionada con la condición de burgués o proletario. No es que se la posea por ser empresario o cuentapropista. La actitud sana es una cuestión de vocación, independiente de toda función o posición social de quien la posea.

Se puede tener vocación por el autodesarrollo siendo asalariado, e incluso no poseyendo ninguna especialidad que se traduzca en ganar bien. Quien haya aprendido desde sus primeros tiempos a ser constructivo será constructivo. Si carece de especialidad y debe comenzar por las ocupaciones más simples, se tomará esa etapa como el primer paso hacia una vida mejor, y sabrá que la vía por la que conquistarla será la de su desarrollo como persona. Naturalmente, tener esa actitud sana para encarar la propia vida se manifestará en una actitud sana ante la vida político-social.

Por supuesto que la educación, se la entienda formal o esencialmente, es provechosa e influye sobre cómo funciona un país.

Pero lo que hace falta por encima de todo, o en el fondo de todo, es una cultura de la actitud, un sentimiento hacia la vida distinto al que tanto se ha expandido en el ambiente que habitamos.

Sembrar una cultura de la actitud no requiere plazos tan largos como sembrar cultura en aulas y colegios. De todos modos, es previsible que chocará frontalmente contra los muy arraigados sentimientos que hacen fuerza en la dirección contraria.

Esa siembra de cultura no puede dejarse desatendida en ningún plan serio de gobierno.

La disposición a preocuparse por uno mismo y la disposición a preocuparse por la sociedad no están destinadas a chocar frontalmente. El que posea una buena cultura de la actitud trabajará para sí mismo sin perjudicar a la sociedad, y se dará cuenta de que una sociedad sana es lo que más sintoniza con su propia conveniencia.

Más información sobre el libro «La democracia no falló» en https://www.albertozamuner.com/ldnf

Publicado por albzamunergmailcom

Escribo sobre qué pasa en las personas y en las sociedades.

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