El amor exigente (capítulo del libro «Cómo vivir bien»)

Primera parte:

Hay quienes sienten un amor amplio, que en vez de abarcar pocos seres abarca muchos, y quienes sienten un amor profundo, que en vez de inquietarse por abarcar se inquieta por avanzar.

El amor no es amor si no pasa a la acción. Nadie creerá que una persona ama a otra si no le ve hacer nada por ella.

Hablar de hacer algo poralguien es dar por entendido que es para su bien.

Y aquí se nos aparece lo más serio: mencionamos a cada instante el bien como si supiéramos en todos los casos de qué se trata. Pero no nos preguntamos en qué consiste el bien.

Habrá quienes respondan con sencillez y quienes se vean ante una mareante incertidumbre; pero una cosa es segura: no todos responderán lo mismo.

Es habitual sentenciar que en las vidas particulares, o en la sociedad, muchas cosas andan mal porque falta amor. No es tan habitual ver que incluso en casos en que no falta amor abundan los problemas.

No todo intento de hacer el bien deriva en verdadero bien. Muchos buenos intentos terminan empeorando las cosas.

El centro del problema es siempre la misma pregunta: ¿qué es el bien?

Y para responderse cualquier interrogante sobre el bien del hombre hace falta tener idea de qué es el hombre.

De ahí que haya múltiples personas, y movimientos sociales, políticos o religiosos, queriendo hacer algo por el bien del hombre. Pero como no todos se dicen lo mismo sobre qué es el hombre, ese “algo” que hace cada uno es inconcebiblemente distinto al de otro, hasta el extremo de que diferentes grupos se matan entre sí, procurando cada uno con la mayor sinceridad el bien del hombre.

Sin intentar una conclusión definitiva ni indiscutible, hace falta saber en alguna medida qué es el hombre, para hacerse una idea de qué necesita el hombre; o sea qué necesita uno mismo, los seres que ama y la gente en general.

Es habitual empezar diciendo que el hombre necesita comida. No solo porque nuestro ser biológico es lo más inmediatamente visible, sino porque la necesidad de alimentarlo es tan urgente que no se puede pensar después que las otras. De ahí que abunden quienes, a la hora de preocuparse por el bien no piensen más que en obtener o en dispensar alimentos.

Más allá de esta base indiscutiblemente visible empiezan las discusiones.

Una respuesta amplia, que como todas puede ser cuestionada, es decir que el hombre es algo más, que alberga potencialidades que, aunque no sepamos cómo ni por qué, pueden desarrollarse.

En este caso, el bien propio del ser humano sería el desarrollo.

Esta respuesta empieza a meternos en dificultades, porque la comida es una cosa tangible, que puede ser suministrada por unos a otros; pero el acto de desarrollarse ocurre exclusivamente en el interior de cada uno. Más aún: ocurre exclusivamente si lo determina la voluntad de cada uno.

En tal caso no habría posibilidad de dar nada. A no ser que exista la posibilidad de dar propuestas, consejos, aliento para que una persona se desarrolle, y la posibilidad de exigírselo; no en nombre de nuestras preferencias, sino como medio para que ella misma alcance el mayor bien posible.

De esta posibilidad, de esta convicción de que el hombre es o puede ser algo más, nace el amor exigente.

Como el amor superficial quiere que los demás tengan comida, salud, ropa o morada, el amor exigente quiere que los demás se desarrollen.

Para los que sufran como si preferir una opción obligara a rechazar la otra, cabe observar que cuando alguien se desarrolla desarrolla también su capacidad de obtener o producir comida.

Para el amor exigente no es malo buscar comida ni buscar placer: lo único verdaderamente malo es desatender el desarrollo.

Para el amor superficial, robar es malo porque es despojar a alguien de sus bienes. Para el amor exigente, robar es malo porque empeora a quien lo hace, tiende a contagiar su conducta y a empeorar a la sociedad.

Las exigencias del amor exigente no se contraponen con las inquietudes del amor superficial. Es más: las exigencias del amor exigente producen con el tiempo mejoras materiales.

Tal vez el centro del conflicto entre los dos tipos de amor consista en esa breve especificación: con el tiempo.

El amor superficial no se lleva bien con el tiempo. Quiere todas las cosas inmediatamente, como siempre las quiere nuestro ser biológico. Elige invariablemente el bien a corto plazo. Tiende a prodigar todo lo que signifique placer inmediato, a padecer cuando alguien carece de cosas y no cuando carece de voluntad, a dar a los demás lo que ellos pidan, sin la menor consideración sobre si lo que les dio no irá a perjudicarlos después. Esta actitud le es echada en cara por el amor exigente.

Los practicantes del amor superficial sienten como enemigos a los practicantes del amor exigente; mientras estos se molestan ante la superficialidad de los primeros, pero de ninguna manera creen tener objetivos contrapuestos.

Otro factor es que el amor puede ser superficial por dos razones: porque se posee una sensibilidad superficial o porque se tiene miedo de sentir, mirar o pensar profundamente.

Los superficiales por simple incapacidad tienden a no comprender a los practicantes del amor exigente; los superficiales por miedo tienden a odiarlos, a desear que desaparezcan.

Los practicantes de uno u otro tipo de amor quieren dar a otros lo que consideran bueno para sí mismos.

La diferencia central continúa siendo la convicción de cada uno sobre qué es el hombre.

Para quien está convencido de que el hombre es hombre únicamente cuando se desarrolla, el no desarrollo aparece como un modo de muerte, de desaparición del hombre como hombre aunque prosiga existiendo como ente biológico. Esta posibilidad le resulta tan pavorosa como ver a un semejante morir ahogado o aplastado.

De ahí que el amor exigente quiera para los demás cualquier tipo de bienes mientras no se contrapongan con su desarrollo.

Cuando haya una contraposición entre un bien externo y el desarrollo interno, siempre dará prioridad a este; incluso cuando se contraponga con la necesidad de comer; porque su convicción le dice que llegado el caso toda persona extraerá de sí la capacidad necesaria, se desarrollará, para obtener el alimento que su hambre le exige.

Y si el hambre exige, el partidario del amor exigente nunca estará del todo convencido de que sea un mal.

(La segunda parte se publicará el próximo 1 de julio)

(Más información sobre el libro Cómo vivir bien en https://www.albertozamuner.com/vivirbien )

Publicado por albzamunergmailcom

Escribo sobre qué pasa en las personas y en las sociedades.

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