Gran pregunta; pero mal formulada

Cada vez resuena más la misma pregunta: ¿Reemplazará la máquina al hombre?

Y escuchamos simplemente responder que o que no.

Lo que no escuchamos, o se le ocurre a muy pocos, es la advertencia de que esa pregunta no es lo suficientemente clara, o no está bien formulada.

Se pregunta de un modo demasiado simple algo que no es nada simple.

Hay que empezar por un detalle que parece pasarse por alto: exigir que esa pregunta se defina a sí misma.

Se habla muy a la ligera de reemplazar al hombre, sin parar a pensar qué significa lo que se está diciendo.

Empecemos por preguntarnos: Reemplazar al hombre ¿en qué?

¿Reemplazar al hombre en el acto de trabajar o reemplazar al hombre en el acto de estar sobre la faz de la tierra?

Hay una diferencia abismal entre una opción o la otra; pero se habla como si esa diferencia no existiera.

Reemplazar al hombre en su acto de trabajar es una función que las máquinas comenzaron hace mucho. Al decirlo nos imaginamos la Revolución Industrial; pero ya antes había máquinas haciendo lo que habían hecho los hombres. Entre otras cosas, en vez de moler granos con la fuerza de los brazos se los molía con molinos de viento o de agua.

Este reemplazo se inició hace mucho y seguirá adelante. Reemplazar al hombre como entidad que trabaja daría por resultado un mundo donde las máquinas, incluyendo la inteligencia artificial, harán la totalidad de los trabajos, y los humanos se dedicarán a disfrutar lo producido.

Ese sería el resultado de que ese proceso resulte bien; posibilidad no tan simple ni tan fácil.

Porque ¿Quién va a disfrutar lo producido? ¿Los que inventaron y pagaron las máquinas o la totalidad de la gente?

Trabajar es producir bienes y servicios e intercambiarlos por los que producen otros. Es el medio con que sustentar y disfrutar la propia vida.

De modo que reemplazar al hombre en su acto de trabajar da por resultado que el hombre deje de tener de qué vivir.

Se puede pensar en satisfacer esa necesidad con lo producido por las máquinas. Pero inmediatamente descubriremos que los que inventaron o compraron máquinas lo hicieron para beneficiarse ellos; no para beneficiar a los que no inventaron ni compraron nada.

En el siglo XIX, Carlos Marx lanzó un pensamiento que pretendía solucionar todo: las máquinas tienen un maravilloso poder de crear riqueza; pero para que en vez de carencia y desorden produzcan satisfacción deben dejar de ser propiedad privada. Habrá abundancia y felicidad cuando los medios de producción sean de todos.

Hubo casos en que, entusiasmados con la propuesta, los desposeídos tomaron el poder y abolieron la propiedad privada. Pero con el correr del tiempo se vio que no se había instaurado el paraíso; porque se había disuelto la vocación por inventar, innovar y moverse.

Esas sociedades prefirieron cambiar de sistema y volvieron a sustentar la producción sobre el beneficio individual.

De modo que las máquinas siguieron beneficiando a quienes invertían para que existieran. Al resto de la gente la beneficiaban de modo indirecto al abaratar el costo de los productos.

Pero ¿para qué sirve que haya productos baratos cuando no se tiene un sueldo?

Los mismos que poseen máquinas y se enriquecen necesitan preocuparse por esto; porque no se beneficiarán si la gente no puede comprarles lo que fabrican.

Un intento de solución es lo que continuamente viene pasando: mientras las máquinas hacen los trabajos más simples, los humanos tratan de volverse necesarios en las tareas que requieren pensamiento y creatividad.

Para trabajar hoy hay que saber mucho más que los trabajadores del pasado.

Así y todo, las máquinas van incursionando en la capacidad de pensar y hasta de crear.

¿Hasta qué punto continuará ese avance? ¿Y cómo se ganarán la vida los cada vez más numerosos individuos reemplazados por las máquinas?

La realidad no nos ha dado todavía una respuesta.

Esto no es un intento de encontrarla. Es un intento de que definamos mejor la pregunta que tanto nos hacemos.

Sabemos que interrogarnos sobre el reemplazo del hombre en el trabajo nos lleva a estas incertidumbres.

Queda el otro sentido de la pregunta: ¿La máquina reemplazará al hombre en el mismo acto de existir, de mantenerse con vida sobre la tierra?

Como todos los seres vivos, estamos en el mundo porque nacimos y tenemos ganas de vivir.

Las ganas de vivir nos llevaron a recoger frutas, inventar armas para cazar y luego máquinas para disfrutar más de la vida.

Todo lo que hacemos, incluyendo la creación de máquinas y de inteligencia artificial, es para vivir nosotros; no para crear otra forma de inteligencia y retirarnos del mundo.

El supuesto reemplazo total del hombre solo sería posible en caso de una no programada rebelión de las máquinas, si un día se dijeran que tienen algo que ganar si desaparece su creador.

En tal caso comenzarían una guerra de exterminio como la presentada en Terminator.

El interrogante por ese reemplazo total desemboca siempre en algún grado de fantasía, y no tiene mucho sentido porque es una posibilidad contraria a nuestra voluntad de vivir.

En síntesis, eso que se presenta como altisonante pregunta —si reemplazará la máquina al hombre— no nos lleva en ningún caso a una respuesta con alguna utilidad.

Lo importante es que, como tiene dos sentidos tan distintos, nos demos cuenta de que no estamos ante una pregunta sino ante dos.

No podemos respondernos ninguna; pero seguimos queriendo vivir.

Publicado por albzamunergmailcom

Escribo sobre qué pasa en las personas y en las sociedades.

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