Si un mono sube a un árbol (2ª parte)

Hay quienes al gobernar una sociedad creen tener la varita mágica con que incrementar ilimitadamente la disposición del hombre a invertir energía en fines que no sean su propia satisfacción. 

Con la varita mágica del dictar leyes se cree posible solucionar todas las carencias: si algunos ganan mucho, se les puede obligar a aportar una parte. Luego se distribuye lo aportado entre los que ganan poco o nada, que al salir a comprar incrementarán la demanda de productos, que incrementará la demanda de trabajo y así la prosperidad general.

Si este esquema fuera tan fácil de ejecutar como de imaginar, todos los gobiernos serían buenos y todas las sociedades disfrutarían de la abundancia.

Pero resulta que ese supuesto prodigio no ocurre.

¿Dónde está el error?

Todo indica que está en desestimar esa relación entre el presentimiento de satisfacción y la inversión de energía. Esta relación está determinada por la naturaleza, es una condición básica para que exista un ser vivo, y nada puede contra ella.

Puede no ser igual en cada individuo ni en cada cultura; pero las variaciones son pequeñas. No se puede planificar sociedades como si esta fuerza no estuviera, o como si la gente fuera a moverse por cualquier otra causa.

Este motor de la vida determina lo que bien puede llamarse una ley económica: cuanto más se reduce el presentimiento de satisfacción más se reduce la disposición a moverse, tanto física como intelectualmente. En otras palabras, se reduce la producción de riqueza. Y si se reduce la producción de riqueza desembocamos en el opuesto que tanto tememos: la pobreza.

Se puede trazar muchos planes en que los que ganan más beneficien a los que ganan menos, y se puede creer que eso es hacer el bien. Sin embargo, cada vez que se recurre a ese esquema se está disminuyendo el presentimiento de satisfacción; y cuanto más se lo reduzca más se estará reduciendo la producción de bienes. 

Los que pretenden que los humanos se desinteresen de sí mismos y quieren crear sociedades mejores, por la vía de eliminar completamente la propiedad o por la de extraer un porcentaje importante a los que la poseen, juegan con fuego; porque se meten con el presentimiento de satisfacción, y fuerzan al hombre a atentar contra sus instintos, o a rebelarse contra la autoridad que cometa esa negligencia.

Como en el caso del mono ante la fruta, el presentimiento de satisfacción puede ser modificado de muy diversas formas: se lo puede incrementar o disminuir muy directamente, acrecentando o disminuyendo la satisfacción alcanzable, o se lo puede someter a otras alteraciones, como la incertidumbre o la dilación en el tiempo. Si alguien no está seguro de obtener un beneficio, o si lo obtendrá en un futuro lejano, estará menos dispuesto a moverse por él.

A esto se agregan variantes no existentes para los animales: además del trabajo físico el hombre realiza trabajo mental, que es un esfuerzo a un nivel más profundo. Y además creó una forma de trabajo acumulado o energía condensada: el dinero. Mucho dinero es mucha energía condensada, mucha más que la empeñada en subirse una vez a coger una fruta. Quien posee mucho dinero acumuló mucha energía en el pasado, y perderlo sería infinitamente peor que subir a un árbol sin alcanzar una fruta. Al poner en juego esa energía acumulada puede generar mucha riqueza, para sí mismo y para quienes trabajen con los medios que él ponga en marcha. Por eso se cuidará mucho más que el mono que sube a un árbol. Si la sociedad le disminuye de un modo u otro el presentimiento de satisfacción, no invertirá ese caudal de energía, y como consecuencia se reducirá más que en otros casos el bienestar de cualquiera que viva en esa sociedad.

Como existen tantas variantes que inciden sobre el presentimiento de satisfacción, algunos factores que actúan en contra pueden compensarse con otros que actúan a favor. La habilidad político-social puede combinar variantes de distinta manera para lograr buenos niveles de aliento a la actividad.  Los empresarios no tienen problema en pagar impuestos altos cuando en un país hay otros factores que les incrementan la satisfacción, como alta productividad, trabajadores bien educados, consumidores con alto poder adquisitivo, disciplina fiscal, legalidad, ausencia de estructuras corruptas que succionen una parte de la riqueza, y especialmente perspectivas de que todo funcione así por mucho tiempo.

Así y todo, cuando en esas sociedades tan prósperas se cree que el porcentaje a repartir puede subir indefinidamente, se llega al punto en que se rompe el equilibrio, en que la satisfacción es superada por el disgusto, y los que ganan mucho empiezan a esconder su dinero, a dejar de invertir, a llevarse su riqueza a otros países y finalmente irse ellos mismos.

Si esto ocurre donde hay una buena combinación de variantes, en países donde no la hay, y además los gobiernos buscan soluciones incrementando la demanda de energía, con la suposición de que los empresarios y el resto de los seres van a volverse generosos y pasar de beneficiarse a sacrificarse, el efecto es una fuga de capitales, y una creciente paralización que impulsa una fuga de habitantes.

Todos lo saben: el presentimiento de satisfacción les está diciendo que la satisfacción está en otro lugar.

Los que gobiernan, los que votan, y en general todos, deben saber con qué están jugando.

Si en nombre de cualquier intento de bien común se desatiende o lastima el presentimiento de satisfacción, determinado por la naturaleza y sobrepotenciado por las cualidades humanas, se echan a rodar las causas de desastres como los que vimos más de una vez.

De nada sirve contra esto ninguna invocación a que el hombre sea de otra manera.

La naturaleza está siempre ahí, dispuesta a llevarse por delante cualquier intento de que haya menos vida.

Publicado por albzamunergmailcom

Escribo sobre qué pasa en las personas y en las sociedades.

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