El odio al dinero

En el mismo mundo en el que vemos que el dinero es útil, y determina generalizados esfuerzos por obtenerlo, se nos aparecen los que repiten que el dinero no hace la felicidad, o que es más posible que pase un camello por el ojo de una aguja antes de que un rico entre al reino de los cielos.

Y entre otras cosas se recurre a una acostumbrada afirmación: yo soy pobre pero honrado; con la que se está sugiriendo que ser pobre es el efecto natural de la honradez; porque quien afirma esto considera “sabido por todos” que el dinero se obtiene única y exclusivamente por medio de la deshonestidad; y que si alguien tiene dinero es porque hizo en todos los casos algo malo.

Al mismo tiempo que nos preocupamos por ganar y tener más, descubrimos un fenómeno que a primera vista no podíamos concebir: el odio al dinero.

El odio aparente

Detrás del enamorarse a ciegas hay un requerimiento nada ciego de nuestros genes: unirnos a alguien con quien tendremos hijos, asegurarnos de que esos hijos vivan y sean capaces de sustentarse y reproducirse. No lo pensamos; pero la naturaleza lo tiene muy sabido y nos da señales de con quién puede convenir unirse.

En todos los seres vivos, esas señales se encienden al percibir que un determinado individuo es capaz de luchar por la vida. Los músculos, y la actitud, generan atracción, o capacidad para ser elegido.

En la especie humana, que a las aptitudes naturales agregó la cultura, estas señales de que alguien es capaz se manifiestan visiblemente en cuánto consiguió; y ese cuánto consiguió se traduce y se mide muy fácilmente por medio de nuestra creación más universalmente perceptible: el dinero.

Si en nuestras sociedades se acostumbra valorar a la gente por cuánto dinero tiene, el efecto es que los que tienen poco se vuelvan menos elegibles. Naturalmente, esos menos elegibles se dan cuenta de que están lejos de llevarse la mejor parte ante la consideración de los demás, y muy especialmente en la consideración de ese alguien a quien se procura como pareja.

Es muy habitual, aunque no sea tan habitual decirlo, saber que se consigue más dinero cuando se pone voluntad, inteligencia y conocimiento.

Como no siempre se está dispuesto a poner voluntad, a desarrollar la inteligencia ni a adquirir conocimiento, y como se está menos dispuesto todavía a reconocer que no se tiene esa vocación porque costaría mucho trabajo, es más habitual atribuir a factores externos la escasez que se padece.

Como la inapagable aspiración a ser elegido se empeña en seguir existiendo, y sea como sea cada uno se empeñará en continuar presentándose como más virtuoso que otros, la salida será decir que uno es pobre porque cayeron sobre su vida excepcionales circunstancias; o, mejor todavía, decir que uno es pobre precisamente por ser virtuoso, que no le importa el dinero porque no es lo verdaderamente valioso de la vida, y por lo tanto uno es mejor que esas malas personas que se desviven por el dinero.

Ninguna virtud real genera como efecto el odio al dinero. Se puede valorar las capacidades y facultades superiores del hombre, y amarlas más que al dinero, sin necesidad de concluir en que el dinero es un mal.

En consecuencia, el declamado odio al dinero no es odio real; es un recurso para no ser clasificado en el bando de los incapaces. Es el modo de creer y hacer creer que uno pertenece al bando de los mejores; porque no quiere eso que quieren los materialistas y los egoístas, sino que se conduce por otros valores; entre ellos las tradiciones religiosas imperantes en casi todas las sociedades.

Lo curioso del caso es que esos que tanto hablan contra el dinero y quienes lo persiguen continúan toda su vida comprando billetes de lotería, y en caso de ganar no rechazan el premio, actitud que sería preferible para evitar la fea posibilidad de convertirse en malos.

El odio real

Hay quienes, en vez de fingir, odian de verdad al dinero.

Es un sentimiento menos difundido pero más profundo que el odio aparente.

Y, como todo, tiene explicación.

El dinero es, como la persona elegida para compartir la vida, una promesa de felicidad.

Todos conocemos casos de seres para los que la persona más amada, de quien esperaban la totalidad de la felicidad, resultó no ser o no actuar del modo en que esperaban, y en consecuencia se convirtió en su gran causa de infelicidad, en la persona más odiada.

En muchos procesos de divorcio hay sed de venganza contra la persona a que tanto se amó; porque se esperaba de ella la total satisfacción y se obtuvo todo lo contrario. Con o sin culpas de su parte, se la considera causante de todas las desdichas padecidas o supuestas.

El dinero es precisamente lo mismo: un ser amado del que se espera la totalidad de las satisfacciones.

Pero a veces, ya sea por fallas en las relaciones afectivas o por desórdenes internos de cada individuo, la vida se vuelve una sucesión de insatisfacciones que ningún aporte del dinero puede contrarrestar.

Un individuo en esa situación recurre a todo lo que puede conseguirse con dinero, para encontrarse una y otra vez con que su malestar sigue intacto.

No es de extrañar que ese vacío lo empuje a una reacción casi furiosa contra el dinero, que pasa a ser odiado como un ser del que se esperó la felicidad y no se la obtuvo.

Mientras el practicante del odio aparente al dinero vive lanzando argumentos, en un permanente empeño en convencer a los demás de que el virtuoso es él y no los que ganan mucho, el poseído por el odio real vive desorientado, resentido contra eso que tanto le prometía y tan poco le dio. Vive sin saber qué hacer, incluso tiende a regalar su dinero porque a él no le sirve, y hasta le duele toda relación con eso cuya sola presencia le muestra que su vida está vacía.

El dinero sigue siendo lo que siempre fue, riqueza líquida, riqueza en abstracto, que alguien nos dio a cambio de lo que producimos, y que puede convertirse en riqueza sólida, en lo bueno que suelen producir los demás.

El dinero es simplemente energía; la energía es lo que mueve las cosas, y por lo tanto puede mover hacia nosotros las cosas que deseamos.

Cuando nos indignan esos que hacen barbaridades para conseguir dinero, equivocamos el diagnóstico al decir que eso pasa por culpa del dinero; en realidad pasa por culpa del ser humano y sus desórdenes internos.

Tampoco es culpa del dinero que suframos por no poder comprarnos todo. Es muy común que, ante el drama de que lo deseado habita el mundo de lo inalcanzable, nos digamos que esos padecimientos no existirían si no existiera el dinero. Es un error brutal. La causa de esos padecimientos es que no podemos controlar toda la realidad; y se acentúan más todavía si no podemos controlar nuestra mente y su disposición a desear. Aun si no existiera eso que llamamos moneda, seguirían ahí todos esos problemas.

El dinero, visto como lo que realmente es, no puede dejar de ser un bien.

Que haya bienes mayores es una apreciación que le corresponde emitir a cada uno de nosotros.

Que sea visto como un mal es un fenómeno que, por una u otra causa, también nace en nosotros; es parte de todo lo que sucede en nuestro mundo interior, del que podemos tomar las riendas para que nuestra vida pase a convertirse en lo que queremos.

Publicado por albzamunergmailcom

Escribo sobre qué pasa en las personas y en las sociedades.

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