Tormento y gloria de los libros

Una mesa de librería sugiere un mundo de perfección y éxito.

Portadas llamativas, temas que calificamos de interesantes, autores que creemos nadando en fama y fortuna…

Sin embargo, la más de las veces somos parte de los que admiran todo eso pero no se llevan la mano al bolsillo para disfrutarlo.

Una mesa de librería es ni más ni menos que un intento.

Así y todo, ocupa un sitio privilegiado en un mucho mayor rango de intentos. Los libros que llegaron a esa mesa son pocos en relación a los que quedan en estantes que casi nadie mira, y estos son pocos en relación a los que en vez de llegar a una librería se conforman con algún rincón de Internet.

Así como muchos miran portadas de libros y pasan de largo, un porcentaje mucho más alto no tiene ninguna gana de leer.

El efecto es que cada libro, en espacios más o menos visibles de las librerías, en Internet o todavía en forma de manuscrito en manos de su autor, sea simplemente un intento.

A mucha gente se le ocurre escribir, en medio de algún sueño de éxito, y jamás se pone en movimiento para ser publicada. Otra presenta su obra a editoriales, y de lo que llega a este punto se convierte en libros no más de un 2% del total.

De esos intentos que llegaron a convertirse en libros, cerca de un 84% vende menos de 30 ejemplares. Finalmente, luego de que algunos se hayan vendido a precio de saldo, un 30% de los libros impresos terminan siendo destruidos porque nadie los quiere.

Quien haya soñado con el éxito en cualquier otra actividad se habrá encontrado casi con lo mismo: los muy exitosos son una pequeñísima parte de todos los que lo intentan.

Hasta aquí la cosa está clara: la gracia de la vida, y de toda vocación más o menos seria, está en dedicarse a intentar, desde lo más profundo de nosotros y en el sentido más noble de la palabra.

Ahora queda pendiente otro tema, aparecido ante el espectáculo de los intentos que tratan de convertirse en libros y de los libros que tratan de convertirse en objetos comprables.

No faltan los que se horrorizan ante lo que sienten como desperdicio de trabajo humano y recursos naturales. Si tanta pulpa de árboles termina siendo desechada, aunque se la recicle cuidadosamente, ¿no hay una posibilidad mejor?

Hay quienes dicen que para evitar esa masacre cotidiana se debería priorizar la calidad sobre la cantidad. O sea incrementar la selección previa, y terminar desperdiciando menos porque publicamos menos.

Esto significa ni más ni menos que llamarnos a ser menos humanos, y abandonar nuestro afán de lanzar arte e ideas sobre el mundo por miedo a desperdiciar materia y energía.

Como si esa propuesta no fuera lo suficientemente nefasta, al intentar ejecutarla están presuponiendo la existencia de algún tipo de entidad consciente —los autores, las editoriales, alguna autoridad— capaz de determinar infaliblemente qué es la calidad, o, yendo todavía más lejos, cuál es la verdad.

En un mundo de seres que no son infalibles, entre los cuales hay autores, editores y gobernantes, en seguida se deduce que esa propuesta es irrealizable.

Si existiera ese alguien infalible, ¿quién y por qué medio podría asegurarse de que lo es? ¿Quién se atrevería a conferirle el poder de autorizar o prohibir libros?

La historia está llena de casos en que se prohibieron libros porque contradecían el pensamiento imperante, o simplemente contradecían el interés de quien tenía el poder y decía ejercerlo por voluntad de Dios.

Hoy los libros se desechan por obra de una entidad tan poco consciente como cualquier otra: el gusto de la mayoría.

Esa entidad ahora en el poder es tan falible como las que lo poseyeron en el pasado. Sin embargo, el mundo de hoy presenta una diferencia fundamental: los libros son desechados después de su publicación; no antes.

Esa diferencianos convierte en una civilización capaz de mantenerse viva e ir adelante.

Una incansable corriente de autores y editoriales lanza sobre el mundo mucho material que finalizará en la basura. Sin embargo, meterse en ese riesgo es precisamente lo que nos hace humanos.

Entre todo lo que aparece y puede desperdiciarse, acertada o equivocadamente, en cualquier momento saltará ante los ojos del mundo una obra de arte hasta ahora no imaginada, o una idea capaz de orientarnos hacia el futuro que soñamos.

Todo eso que nos cautiva, que hace que valga la pena sentarse a leer y que algunos momentos de nuestra vida hayan sido más vida que otros, todo lo que nos dijimos unos a otros en nuestra afanosa búsqueda de la verdad, está a nuestra disposición porque hubo quienes, en no sabemos qué circunstancia y ante no sabemos qué riesgo, se tomaron el trabajo de intentar,y presentaron su obra a los demás.

En un mundo donde todos somos falibles, donde nos preocupamos por descubrir la verdad y por discutir cualquier idea, la mejor de las respuestas posibles puede ser alguna que todavía no se haya presentado, y tal vez aparezca en cualquier momento.

Por eso es bueno; por eso es necesario que haya libros. Ningún precio será demasiado alto para que siga habiéndolos.

Somos humanos cuando nos desvivimos por crear, por inquirir, por buscar respuestas y querer que otros las vean. No somos humanos cuando nos asustamos ante los riesgos, cuando nos planteamos dejar de hacer para evitar errores o desperdicios.

Vale la pena, aunque muchos se quejen, despreocuparse por el desperdicio material en nombre de lo que verdaderamente importa: mantener la puerta abierta a todo lo inteligente, lo hermoso y lo sabio que todavía no se hizo presente en nuestro mundo.

Publicado por albzamunergmailcom

Escribo sobre qué pasa en las personas y en las sociedades.

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