Los reclamadores de igualdad

El que tiene ganas de hacer algo por su vida, lo hace.

Si no tiene trabajo lo busca, o inicia cualquier actividad con que ganarse la vida.

Si tiene trabajo y gana poco, piensa en qué puede aprender para que le paguen más.

Si espera algo de la sociedad o del gobierno, es que cree condiciones para que haya más actividad, con lo que se volverá más posible que alguien lo quiera como empleado o le compre cualquier cosa que venda.

El que tiene ganas de hacer algo por su vida piensa en hacer, y en que existan buenas condiciones para ese hacer.

El que tiene ganas de hacer se siente bien moviéndose por lo que quiere; nunca se desconcentra pensando en cuánto tienen otros.

El que tiene ganas de hacer no se pone a decir que debería haber igualdad.

La igualdad no es una preocupación de los que hacen, de los que saben que para obtener lo que se quiere hay que producir algo y darlo a cambio. La igualdad es una preocupación de los que viven pidiendo, de los que creen que para conseguir lo que se quiere hay que reclamarlo; a los demás, al gobierno, a Dios o a no se sabe quién.

Mientras otros piensan en moverse para conseguir lo que desean, el que no está dispuesto a moverse se pone a pensar que el mundo debería estar hecho de otra manera.

Si escuchamos hablar tanto de igualdad es porque demasiada gente supone que la realidad obedecerá a los que se quejan y piden, y porque hay quienes, al ver a tanta gente suponiendo eso, le dicen lo que más le gusta y consiguen su voto.

Parece que al afirmar esto estuviéramos traicionando el ideal revolucionario de Libertad, Igualdad y Fraternidad.

Enterémonos de que en el siglo XVIII igualdad significaba eliminar las calificaciones de nobles y plebeyos, para que nadie fuera otra cosa por el solo hecho de ser hijo de otro alguien. Era esa desigualdad, esa reducción de los derechos del hombre ante la ley, lo que se intentaba combatir con la consigna de Igualdad.

Los actuales reclamadores de igualdad no se preocupan por el derecho a la dignidad ni por el derecho a hacer; porque precisamente hacer es lo que menos le interesa: se preocupan por el derecho a tener, como si las cosas materiales pudieran aparecer desde la nada por obra de un derecho.

En el mundo real, donde cada persona recibe bienes de otra si le entrega otros bienes a cambio, las cosas materiales son originadas por el trabajo de quienes las desean, para disfrutarlas o para cambiarlas por lo que haya producido otro.

Como no todos tienen las mismas ganas de trabajar, de pensar o de capacitarse, el resultado es que no todos producen lo mismo. Y como nadie entrega lo que produjo si no es a cambio de un valor equivalente, el siguiente resultado es que no todos poseen lo mismo.

Como cada uno produce lo que quiere y lo intercambia por lo que quiere cuando quiere, forzarlo a otra cosa es ni más ni menos que quitarle su libertad; y la libertad es otro de los principios básicos para que nuestra vida sea vida.

En este mundo donde cada uno hace libremente lo que quiere, incluyendo despreciar el trabajo y el aprendizaje, pretender la igualdad de posesiones es pretender que los que producen más trabajen para a los que producen menos. Es pretender anular el efecto de la libertad; y el efecto de la libertad solo puede anularse anulando la libertad.

Incluso quienes se limitan a reclamar menos desigualdad desembocan en el mismo acto contra la libertad; porque los mueve la misma intención de forzar a unos a no hacer lo que quieren ellos mismos, sino a trabajar por lo que quieren otros.

Cometemos un error, o directamente una inmoralidad, si acometemos contra los problemas sociales en términos de igualdad o desigualdad.

Si lo que nos preocupa es que mucha gente tenga poco, lo necesario es que esa gente adquiera más capacidad de producir, objetivo alcanzable mediante la educación, o que tenga más ganas de producir, objetivo que depende de una forma más profunda de educación.

La causa de la desigualdad de posesiones es la desigualdad de actitudes y de capacidades. Y si queremos hacer algo por los demás, o recaudar impuestos para favorecerlos, el objetivo de ese esfuerzo debe ser favorecer su posibilidad de ser más capaces, de saber más de lo que saben y de querer moverse más de lo que quieren.

Personas más capaces de producir serán personas más capaces de tener. Salvo urgencias demasiado inmediatas, hay que proveer a la gente de capacidad en vez de proveerla de cosas.

Esta acción no necesita arremeter contra la desigualdad, sino contra la pobreza. Y para eso hay que comenzar entendiendo lo más básico: la pobreza es ausencia de riqueza, y la ausencia de riqueza tiene una solución muy evidente: producir riqueza.

Como efecto de libertad de moverse por lo que se quiere, la riqueza producida debe ser para el que la produjo; y la solución moral y socialmente sana para cada persona es proveerse por sí misma de lo que necesita.

En cuanto a la muy extendida falta de ganas de moverse, también puede combatirse por vía de la educación, aunque por vías más complejas.

Si se fuerza a unas personas a dar a otras una parte de lo que producen, y esas otras la reciben sin haber hecho ningún esfuerzo, el efecto más natural será el que vemos en muchas sociedades: tanto a unas como a las otras se le reducirán las ganas de moverse.

Los más capaces no querrán moverse porque se les quita lo que producen, y los menos capaces no querrán moverse porque se les regala lo que no producen.

Y como la causa inicial de la producción es la disposición a moverse, su reducción llevará ni más ni menos que a la reducción de la riqueza; es decir, la tan temida pobreza.

Todo intento de mejorar las sociedades debe encaminarse a producir más riqueza. Ese intento es sano; reclamar igualdad es nocivo.

El que quiere resolver sus problemas sanamente se preocupa por incorporarse a la producción; y si reclama algo a la sociedad, reclamará buenas condiciones para que haya producción.

El que no quiere actuar sanamente, sino recibir todo de los demás, reclamará igualdad; y su reclamo se limitará a la igualdad de posesiones, en un mundo donde seres desiguales producen resultados desiguales.

El que no actúa sanamente no intentará parecerse a los más capaces; solo intentará, por el medio que sea, tener lo mismo que ellos.

Si nos preocupamos sanamente por cómo funciona la sociedad, debemos prestar la máxima atención a qué vía elegimos para cambiarla.

Existen la vía de la superación y la del debilitamiento del hombre. El futuro de todos depende de cuál elijamos.

Publicado por albzamunergmailcom

Escribo sobre qué pasa en las personas y en las sociedades.

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